Filosofía Antigua: Periodo Antropológico, Protagoras-Gorgias


CARACTERES DE LA SOFISTICA
Desde la mitad del siglo V hasta fines del IV, Atenas es el centro de la cultura griega. La victoria contra los persas abre el período más florido de la potencia ateniense. La  ordenación democrática hacía posible la participación de los ciudadanos en la vida política y hacía preciosas las dotes oratorias que permiten obtener el éxito. Los sofistas vinieron a satisfacer la necesidad de una cultura adaptada a la educación política de las clases dirigentes. La palabra sofista no tiene ningún significado filosófico determinado y no indica una escuela. Originariamente significó solamente sabio y se empleaba para indicar a los Siete Sabios, a Pitágoras y a cuantos se distinguían en cualquier actividad teorética o práctica. En el período y en las condiciones que hemos indicado, el término asume un significado específico: eran sofistas los que hacían profesión de sabiduría y la enseñaban mediante remuneración. El puesto de la sofística en la historia de la filosofía no presenta por esto ninguna analogía con el de las escuelas filosóficas anteriores o contemporáneas. Los sofistas influyeron en realidad potentemente sobre el curso de la investigación filosófica, pero esto aconteció de manera por completo independiente de su intención, que no era teorética, sino sólo práctico-educativa. Los sofistas no pueden relacionarse con las investigaciones especulativas de los filósofos jonios, sino con la tradición educativa de los poetas, como se había desarrollado ininterrumpidamente de Homero a Hesíodo, a Solón y a Píndaro, todos los cuales dirigieron su reflexión hacia el hombre, hacia la virtud y hacia su destino y sacaron de tales reflexiones consejos y enseñanzas. Los sofistas no ignoran éste su origen ideal, ya que son los primeros exégetas de las obras de los poetas y vinculan a ellos su enseñanza. Así Pitágoras, en el diálogo homónimo de Platón, expone su doctrina sobre la virtud del comentario de unos versos de Simónides.
Los sofistas fueron los primeros que reconocieron claramente el valor formativo del saber y elaboraron el concepto de cultura (παιδεία), que no es suma de nociones, ni tampoco el solo proceso de su adquisición, sino formación del hombre en su ser concreto, como miembro de un pueblo o de un ambiente social. Los sofistas fueron, pues, maestros de cultura. Pero la cultura que constituía el objeto de su enseñanza era la que resultaba útil a la clase dirigente de las ciudades en que impartían su magisterio: por eso era pagada. Para que su enseñanza fuese no sólo permitida, sino buscada y recompensada, los sofistas debían inspirarla en los valores propios de las comunidades en donde la exponían, eludiendo críticas e investigaciones que chocaran con tales valores. Por otro lado, precisamente por esta situación, podían darse cuenta muy bien de la diversidad o heterogeneidad de tales valores; lo cual quiere también decir de su limitación. Los sofistas podían ver que, de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, muchos de los valores sobre los que se afianza la vida del hombre, experimentan variaciones radicales y resultan inconmensurables entre sí. La naturaleza relativista de sus tesis teóricas no es más que la expresión de una condición fundamental de su enseñanza. Por otro lado, ellos se consideran "sabios" en el sentido antiguo y tradicional del término: es decir, en el sentido de hacer a los hombres hábiles en sus tareas, aptos para vivir juntos, capaces de salir airosos en las competiciones civiles. Verdad es que, en este aspecto, no todos los sofistas manifiestan, en su personalidad, las mismas características.
Protágoras reivindicaba para los sabios y para los buenos oradores la tarea de guiar y aconsejar lo mejor a las mismas comunidades humanas (Teet., 167 c). Otros sofistas ponían su obra expresamente al servicio de los más poderosos o de los más astutos. En todo caso, el interés de los sofistas se limitaba a la esfera de las actividades humanas y la misma filosofía era considerada por ellos como un instrumento para moverse sagazmente en dicha esfera.
En el Georgias platónico, Calicles, discípulo de los sofistas, afirma que la filosofía se estudia únicamente "para la propia educación" y que por esto es conveniente a la edad juvenil, pero se vuelve inútil y dañosa cuando se cultiva más allá de este límite, ya que impide al hombre volverse experto en los negocios públicos y en los privados y en general en todo lo que concierne a la naturaleza humana (484 c-485 d).
Por este mismo motivo, el objeto de la enseñanza sofística se limitaba a disciplinas formales, como la retórica o la gramática, o a diversas nociones brillantes pero carentes de solidez científica, que podían ser de utilidad para la carrera de un abogado o de un hombre político. Su creación fundamental fue la retórica, o sea, el arte de persuadir, independientemente de la validez de las razones aducidas. Los sofistas afirmaban la independencia y omnipotencia de la retórica: la independencia de todo valor absoluto cognoscitivo o moral; la omnipotencia respecto a todo fin que alcanzar. Pero por la exigencia misma de este arte, el nombre pasa a primer plano en la atención de los sofistas; se le considera no ya como una parte de la naturaleza o del ser, sino en sus caracteres específicos: de tal manera que, si la primera fase de la filosofía griega había sido predominantemente cosmológica u ontológica, con los sofistas se inicia una fase antropológica.

PROTÁGORAS
Protágoras de Abdera fue el primero que se llamó sofista y maestro de virtud. Según Platón, que nos presenta su figura en el diálogo intitulado con su nombre, era mucho más viejo que Sócrates: su florecer se sitúa en el 444-40. Enseñó durante cuarenta años en todas las ciudades de Grecia, yendo de una a otra. Estuvo repetidas veces en Atenas: pero al fin, habiendo sido acusado de ateísmo, se vio obligado a abandonar la ciudad. Murió ahogado a los 70 años, cuando iba a Sicilia.
Platón nos ha dejado, en el diálogo intitulado con su nombre, un retrato vivo, aunque irónico, del sofista; nos lo presenta como un hombre de mundo lleno de años y de experiencia, grandilocuente, vanidoso, y en las discusiones más preocupado por obtener a cualquier coste un éxito personal que por lograr la verdad.
La obra principal de Protágoras, Razonamientos demoledores, se citaba también con el título Sobre la verdad o sobre el ser. Se atribuye a Protágoras una obra Sobre los Dioses. Sobre éstos Protágoras no se pronunciaba. El significado de esta famosa tesis lo explicó por primera vez Platón y su interpretación ha continuado y continúa siendo vigente. Según Platón, Protágoras quería decir que "tal como aparece para mí cada cosa, así lo es para mí y tal como te aparece a ti, así lo es para ti: porque hombre eres tú y hombre soy yo" (Teet., 152 a); por lo tanto, identificaba apariencia y sensación afirmando que ambas son siempre verdaderas porque "la sensación es siempre de la cosa que es" (Ib., 152 c) ·. Es, se entiende, para este o aquel hombre.
Aristóteles (Met., IV, 1, 1053 a, 31 y ss.) y con él todas las fuentes antiguas confirman sustancialmente la interpretación platónica. Esta se corrobora también por las críticas que, según un testimonio de Aristóteles (Ib., I I I, 2, 997 b, 32 y ss.), dirigía Protágoras a la matemática observando que ninguna cosa sensible tiene las cualidades que la geometría atribuye a los entes geométricos y que, por ejemplo, no existe una tangente que toque a la circunferencia en un solo punto, como quiere la geometría (fr. 7, Diels).
En esta crítica, como es obvio, Protágoras se apoyaba en las apariencias sensibles para juzgar de la validez de las proposiciones geométricas.
Según el mismo Platón, seguido en esto casi unánimemente por la tradición posterior, el presupuesto de la doctrina de Protágoras era el mismo de Heráclito: el fluir incesante de las cosas. El Teetetes platónico contiene también una teoría de la sensación elaborada sobre este mismo principio: la sensación sería el encuentro de dos movimientos, el del agente, es decir, del objeto y el del paciente, o sea, del sujeto: como los dos movimientos, después del encuentro, continúan, nunca habrá dos sensaciones iguales ni para diversos hombres ni para el mismo hombre (Teet., 182 a). No sabemos si esta doctrina pueda referirse a Protágoras: sin embargo, también ella es una confirmación de la identidad que Protágoras establecía entre apariencia y sensación. Por lo tanto, es bastante claro que el mundo de la doxa (o sea, de la opinión) que cabalmente comprende las apariencias sensibles y todas las creencias que se fundan en ellas, lo acepta Protágoras tal como se presenta; pero él, como los demás sofistas, se niega a proceder más allá de este mundo de la opinión y a instituir una investigación que de algún modo lo trascienda. Su mundo es el mundo de las tareas humanas en el cual tanto Protágoras como todos los sofistas intentan moverse y permanecer. El agnosticismo religioso de Protágoras es una consecuencia inmediata de esta limitación de su interés a la esfera de la experiencia humana. "De los dioses —decía Protágoras— no llego a saber ni si son ni si no son ni cuáles son, pues hay muchas cosas que impiden saberlo: no sólo la oscuridad del problema sino la brevedad de la vida humana" (fr. 4, Diels). La "oscuridad" de que habla aquí Protágoras consiste probablemente en el hecho de que lo divino trasciende la esfera de aquellas experiencias humanas a las cuales, según Protágoras, se limita el saber.
Sin embargo, todas estas explicaciones no son suficientes para comprender el alcance del principio protagórico. El interés de Protágoras, como el de todos los sofistas, no es puramente gnoseológico-teorético. Los problemas que lleva Protágoras en su corazón son los de los tribunales, los de la vida política y los de la educación: es decir, los problemas de la vida asociada que surgen en el interior de los grupos humanos o en las relaciones entre los grupos. El hombre que ellos toman en consideración es ciertamente el individuo (y no, como quería Gomperz, el hombre en general o la naturaleza humana); pero no el individuo aislado, encerrado en sí mismo como una mónada, sino el individuo que vive junto con otros y que tiene, que estar adaptado o adaptarse para afrontar los problemas de esta convivencia. Por consiguiente, sería arbitrario restringir el principio de Protágoras a la relación entre el hombre y las cosas naturales: es mucho más correcto entenderlo en su significación más amplia, como comprendiendo todo tipo de objeto sobre el que vierta una relación interhumana, incluidos los objetos que se denominan bienes o valores. En el mismo sentido literal de la palabra χρεμαγα usada por Protágoras, los bienes y los valores se incluyen en el mismo título de los cuerpos o de las cualidades de los cuerpos. Desde este punto de vista, el hombre no es sólo la medida de las cosas que se perciben, sino asimismo la del bien, la de lo justo y la de lo bello. No hay duda que Protágoras consideraba que incluso tales valores son diversos de individuo a individuo porque aparecen como tales, y que también en este campo todas las opiniones son igualmente verdaderas. En la enérgica defensa que el propio Sócrates hace de Protágoras a mitad del Teetetes, se dice claramente "que las cosas que en cada ciudad parecen justas y bellas, lo son tales para ella mientras las considere como tales" (Teet., 167 c); y esta es una tesis que puede estar ya comprendida en el principio de que el hombre es medida de todo. Como veremos, los sofistas insistían gustosos en la diversidad y heterogeneidad de los valores que rigen la convivencia humana. Un escrito anónimo, Razonamientos domes (compuesto probablemente en la primera mitad del siglo IV), que se propone demostrar que las mismas cosas pueden ser buenas y malas, hermosas y feas, justas e injustas, lo presenta su autor como una Suma de la enseñanza tomista: "Razonamientos dobles (así comienza el escrito) sobre el bien y el mal defendidos en Grecia por los que se ocupan de filosofía" (Diels, 90, 1 [1]). Puede ser que el autor de este escrito siguiese más cerca la trayectoria de un sofista determinado (por ejemplo, de Gorgias, como sostienen algunos especialistas); pero es difícil suponer que no pretendiera también referirse a Protágoras, de quien sabemos que escribió un libro titulado Antilogias (Diels, 80, fr. 5). La segunda parte del escrito tiene especial interés, pues contiene la exposición de lo que hoy se llama el "relativismo cultural", es decir, el reconocimiento de la disparidad de los valores que presiden las diversas civilizaciones humanas. He aquí algunos ejemplos: "Los macedonios consideran bello que las muchachas sean amadas y se acuesten con un hombre antes de casarse, y feo después de que se hayan casado; para los griegos es feo tanto lo uno como lo otro... Los masagetas hacen pedazos los (cadáveres de los) progenitores y se los comen considerando como una tumba bellísima quedar sepultados en sus propios hijos; pero si alguno hiciera esto en Grecia sería rechazado y condenado a morir cubierto de oprobio por haber cometido un acto feo y terrible. Los persas consideran bello que los hombres se adornen al igual que las mujeres y que se unan con la hija, la madre o la hermana; en cambio, los griegos consideran feas e inmorales tales acciones, etc." (Diels, 90, 2 [12]; [14]; [15]). El autor del escrito concluye su ejemplificación diciendo que "si alguno ordenase a todos los hombres reunir en un solo lugar todas las leyes (νομον) consideradas como feas y elegir luego las que cada uno considere como bellas, no quedaría ni una de ellas, sino que todos se lo repartirían todo" (Diels, 2, 18). Consideraciones de esta índole no son fenómenos aislados en el mundo griego sino que se dan con frecuencia en el ambiente sofístico. Según testimonio de Jenofonte, (Mem., IV, 20), Hipias negaba que la prohibición del incesto fuese ley natural desde el momento que algunos pueblos la transgredían. La oposición entre naturaleza y ley, propia de Hipias y de otros sofistas (§ 27) no era sino una consecuencia de la conciencia relativista que dichos sofistas tenían de los valores vigentes en las distintas civilizaciones humanas. Por último, hay que recordar a este propósito que Herodoto, que ciertamente tuvo relación con el ambiente sofista y compartió a su manera la tendencia iluminista, después de haber narrado, refiriéndola a los indios callatas, la costumbre de algunos pueblos de dar sepultura a sus padres en su estómago y de haber comparado la repugnancia de los griegos hacia esta costumbre con la de aquellos indios hacia la costumbre de los griegos de quemar a sus muertos, concluía con una afirmación típica del relativismo de los valores: "Si se propusiese a todos los hombres, decía, elegir entre las diversas leyes y se les invitase a tomar la mejor, cada uno, después de haber reflexionado, elegiría la de su país: y es que las propias leyes le parecen a cada uno las mejores, pero con mucho." Y terminaba su relato comentando: "Así son estas leyes hereditarias y creo que Píndaro lo ha dicho bien en sus versos que 'la ley es reina de todas las cosas" (Hist. III, 38).
Cuando se tiene presente, en la interpretación del principio de Protágoras, la totalidad del ambiente sofístico (que, por otra parte, el mismo Protágoras contribuyó eficazmente a formar), parece obvio que el principio se refiere a todas las opiniones humanas, incluidas las concernientes a los valores (lo bello, lo justo, lo bueno) y no sólo las que se refieren a las cualidades sensibles o a las mismas cosas. Pero la heterogeneidad y la equivalencia de las opiniones no significa su inmutabilidad: según Protágoras, las opiniones humanas son modificables y en realidad se modifican y se corrigen; todo el sistema político-educativo que constituye una comunidad humana (πόλιζ) está ordenado precisamente a obtener oportunas modificaciones en las opiniones de los hombres. ¿En qué sentido se producen estas modificaciones? Ciertamente, no en el sentido de la verdad, porque desde el punto de vista de la verdad todas las opiniones son equivalentes. Se producen y se orientan en el sentido de la utilidad privada o pública. Esta es la tesis que se mantiene en la defensa que el propio Sócrates hace de Protágoras en el Teetetes (166 a, 168 c). Y en el Protágoras se dice: "Como se comportan los maestros con los escolares que todavía no saben escribir, trazando ellos mismos las letras de muestra y obligándoles a calcar y copiar la muestra, de la misma manera la comunidad (πόλιζ) haciendo valer las leyes excogitadas por los grandes legisladores antiguos, obliga a los ciudadanos a seguirlas tanto en el ordenar como en el  obedecer y castiga a quien se aparta de ellas" (Prot., 326 d). En esta misma posibilidad de rectificación de las opiniones humanas en el sentido de la utilidad privada y pública, se inserta, según la defensa del Teetetes, la obra del sabio que se hace maestro de cada uno de los particulares y de las ciudades "haciendo aparecer justas las cosas buenas en lugar de las malas". En este sentido, la obra del sabio (o sofista) es perfectamente semejante a la del médico o a la del agricultor: transforma en buena una disposición mala, hace pasar a los hombres de una opinión dañosa para cada uno y para la comunidad a una opinión útil, prescindiendo por completo de la verdad o falsedad de las opiniones que, bajo este aspecto, son para él todas iguales (Teet., 167 c-d).
Por eso Protágoras se presentaba como maestro, no de ciencia, sino de "agudeza en los negocios públicos y privados" (Prot., 318 e); por eso profesaba la enseñabilidad de la virtud, es decir, la modificabilidad de las opiniones en el sentido de lo útil; y por eso se consideraba (y era considerado) digno de ser recompensado con dinero por su obra educadora.
Nada hay, pues, en todo lo que sabemos de la doctrina de Protágoras, que deje presumir que él atribuyese carácter absoluto a las formas que la utilidad adopta en la vida pública o privada del hombre. Ciertamente que, según Protágoras, "toda la vida del hombre necesita de orden y de adaptación" (Prot., 326, b). Zeus entregó a los hombres el arte de la política, fundada en el respeto y en la justicia, para que los hombres dejaran de destruirse mutuamente y pudieran vivir en comunidad (Ib., 322 c). Pero ni el arte de la política es una ciencia ni el respeto y la justicia son objeto de ciencia, según Protágoras. "Respeto y justicia" son en el mito, lo mismo que "orden y adaptación" son fuera del mito: pueden asumir innumerables formas.
En la misma República de Platón, el concepto de justicia se introduce y defiende como condición de cualquier convivencia humana, de cualquier actividad que los hombres tengan que desarrollar en común, incluida hasta la de una banda de ladrones y bandidos (Rep., 351 c); por algo un testimonio antiguo hace depender la República de Platón de las Antilogias de Protágoras (fr. 5, Diels). Seguro que Platón no se detuvo en este concepto formal de justicia: todo el cuerpo de la República se encamina a limitarlo y definirlo haciéndolo objeto de ciencia y absolutizándolo de esta manera. Mas para Protágoras, el concepto de justicia conserva su carácter formal y, por lo tanto, su fluidez: lo que significa que para Protágoras la justicia misma, o sea, el orden y la acomodación recíproca de los hombres, obtenibles mediante la rectificación que las leyes y la educación imponen a sus distintas opiniones, puede asumir formas diversas, que la perspicacia y la ingeniosidad humana pueden descubrir o hacer valer en las diferentes comunidades humanas.

GORGIAS
Contemporáneo de Protágoras fue Gorgias de Lentini (en Sicilia), nacido hacia el 484-83, quien enseñó primeramente en Sicilia y, después del 427, en Atenas y en otras ciudades de Grecia. En los últimos tiempos de su vida se estableció en Larisa de Tesalia, donde murió a los 109 años. Fue sobre todo un retórico; pero escribió también una obra filosófica con el título Sobre el ser o sobre la naturaleza, de la cual Sexto Empírico nos ha conservado un fragmento. (Adv. math., VII, 65 y ss.). Nos quedan también fragmentos de algunos de sus discursos, un Elogio de Helena y una Defensa de Palamedes.
Las tesis fundamentales de Gorgias eran tres, concatenadas entre sí:
1. a Nada existe;
2. a. Si algo existe, no es cognoscible por el hombre;
3. a. Aunque sea cognoscible, es incomunicable a los demás.
1) Sostenía el primer punto demostrando que no existe ni el ser ni el no ser. En efecto, el no ser no es, porque si fuese sería a la vez no ser y ser, lo que es contradictorio. Y el ser, si fuese, debería ser o eterno o engendrado, o eterno y engendrado a la vez.
Pero si fuese eterno sería infinito y si infinito no estaría en ningún lugar, esto es, no existiría de hecho. Si es engendrado, debe haber nacido o del ser o del no ser; pero del no ser no nace nada; y si ha nacido del ser ya existía primero, en consecuencia, no es engendrado. El ser no puede ser, pues, ni eterno ni engendrado; ni puede ser tampoco eterno y engendrado a la vez, porque las dos cosas se excluyen. Así, pues, ni el ser ni el no ser existen.
2) Pero si el ser fuese, no podría ser pensado. En efecto, las cosas pensadas no existen; de lo contrario existirían todas las cosas inverosímiles y absurdas que al hombre se le antoja pensar. Pero si es verdad que lo que es pensado no existe, será también verdad que lo que existe no es pensado y que, por tanto, el ser, si existe, es incognoscible.
3) En fin, aunque fuese cognoscible, no sería comunicable. Nosotros, en efecto, nos expresamos por medio de la palabra, pero la palabra no es el ser; así pues, comunicando palabras, no comunicamos el ser.
Gorgias llega así a un nihilismo filosófico completo, utilizando las tesis eleáticas acerca del ser y reduciéndolas al absurdo. Se ha dudado de si este nihilismo representa  verdaderamente las convicciones filosóficas de Gorgias o fue más bien un simple ejercicio retórico, una prueba de habilidad oratoria. Pero no poseemos elementos que nos permitan negar la intención filosófica de Gorgias y, por tanto, la seriedad de sus conclusiones. Tal conclusión se opone en cierto modo a la de la doctrina de Protágoras. Para Protágoras todo es verdadero, para Gorgias todo es falso. Pero en realidad el significado de las dos tesis no es más que uno: la negación de la objetividad del pensamiento y, en consecuencia, de la validez que le proporciona su referencia al ser. Por la ausencia de tal objetividad, la palabra, sobre todo cuando va gobernada por la retórica, tiene una fuerza necesitante a la que nadie puede resistir. En la Defensa de Helena, Gorgias sostiene que "Helena —sea que hubiera hecho lo que hizo inducida por el amor, o persuadida por la fuerza de la palabra, o raptada con violencia, u obligada por destino divino— en cualquiera de los casos se libra de la acusación" (fr. 11, 20). Aquí, la fuerza de la palabra figura junto al destino divino y al lado del poder del amor y de la violencia como condición necesitante que elimina la libertad, y por tanto, la imputabilidad de una acción. "La fuerza de la persuasión —sigue diciendo Gorgias— de la que se originó la decisión de Helena, pues efectivamente tuvo origen por necesidad, no es digna de reproche sino que posee un poder que se identifica con el de esta necesidad" (fr. 12). Claro está que, según Gorgias, la palabra tiene una fuerza necesitante porque no halla límites a su poder en ningún criterio o valor objetivo, en ninguna idea en el sentido platónico del término: el hombre no puede resistirse a ella aferrándose a la verdad o al bien y se encuentra totalmente indefenso frente a la misma. El relativismo teórico y práctico de la sofística encuentra aquí un importante corolario suyo: la omnipotencia de la palabra y la fuerza necesitante de la retórica que la guía con sus recursos infalibles. Cuando Platón opone a Gorgias, en el diálogo que lleva su título, que la retórica no puede persuadir sino en lo que es verdadero y justo, arranca de un supuesto no compartido por Gorgias: o sea, que existan criterios infalibles y universales para reconocer lo verdadero y lo justo (Gorgias, 455 a). Lo que distingue a la retórica de Gorgias como arte omnipotente de la persuasión, de la retórica de Platón como educación del alma en la verdad y en lo justo es el supuesto fundamental del platonismo: la existencia de las ideas como criterios o valores absolutos.


Moral, Ética, Virtud


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La ética filosófica
La ética es el estudio filosófico de la conducta humana. La voz ética aparece ya en el título de los tres tratados morales del corpus aristotélico (Ética a NicómacoÉtica a Eudemo y Gran ética). Procede del vocablo ēthos que significa carácter, modo de ser, que se deriva a su vez de éthos, que se traduce por hábito, costumbre.
Estas aclaraciones etimológicas permiten entender que el carácter o modo de ser al que se alude no es el temperamento o la constitución psicobiológica que se tiene por nacimiento, sino la forma de ser que se adquiere a lo largo de la vida, y que está emparentada con el hábito, que es bueno (virtud) o malo (vicio). La traducción latina de éthos es mos (costumbre), de donde deriva la palabra castellana moral, tradicionalmente empleada como sinónimo de ética. Por eso a la ética filosófica se la llama también filosofía moral.
Se puede alcanzar una comprensión inicial de la naturaleza y tareas de la ética mediante la consideración de tres conceptos de importancia capital: bien, libertad y conducta. 
En la Grecia clásica, la reflexión ético-filosófica tuvo como punto de partida la constatación de que el hombre aspira al bien, y de que esa aspiración es el motor de toda su actividad. Así Aristóteles inicia su Ética a Nicómaco poniendo de manifiesto que acción y bien son términos correlativos: 
«Toda arte y toda investigación, y del mismo modo toda acción y elección, parecen tender a algún bien; por esto se ha dicho con razón que el bien es aquello a que todas las cosas tienden» [Aristóteles, Ética a Nicómaco, I, 1: 1094 a 1-3]. 
No hay acción ni deseo humanos que no miren a un bien, y sólo se puede hablar de bien en sentido práctico si se trata de un bien realizable a través de la acción. Ningún hombre cuerdo actúa para hacerse miserable o desgraciado. Pero como a la vez es indudable que los hombres realizan a veces acciones de las que después se arrepienten, es más exacto decir que la acción y el deseo humanos miran siempre a un bien o a algo que parece un bien. Surge así la distinción entre el bien verdadero y el bien aparente, entre lo que en verdad es un bien y lo que parece ser un bien sin serlo en realidad, porque más tarde se comprueba que es un mal.
La posibilidad del error en la realización de la aspiración humana hacia el bien pone de manifiesto que, a diferencia de lo que sucede con otros seres vivos, no hay un instinto natural e impersonal que acomode de modo automático y generalmente infalible las acciones del hombre a los objetivos que le convienen.
El hombre es libre. Por eso es el hombre mismo quien tiene que ajustar personalmente sus acciones, prefijándose sus fines y proyectando el modo de realizarlos. La realidad que los términos “ética” y “moral” significan directamente es este gobierno personal de las acciones, como se ve en el uso común del lenguaje: de quien renuncia a proyectar personalmente su conducta, abandonándose al vaivén de las emociones o al curso de los acontecimientos, decimos que está “desmoralizado”.
Cabe decir por ello que la ética o moral estudia el modo específico de autogobierno de la libertad humana.
Lo moral (en sentido genérico, comprensivo de lo bueno y lo malo) y lo libre tienen exactamente la misma extensión. Todas las acciones libres, y sólo ellas, son morales; todas las acciones morales, y sólo ellas, son libres. Todo lo que el hombre libremente es y todo lo que deliberada y libremente hace, queda dentro del campo moral. El hecho de que lo que libremente se realiza sea un comportamiento privado, interpersonal o político no introduce ninguna diferencia sustancial al respecto.
Y la razón es la que se ha indicado antes: todo lo que en el comportamiento humano no es determinado por el instinto o por algún tipo de necesidad causal, ha de ser proyectado por la razón práctica y querido por la voluntad personal, y esto es exactamente lo mismo que ser gobernado moralmente.
Manifestaría una notable incomprensión del punto de vista ético, por ejemplo, quien, refiriéndose a su vida privada, quisiera excusarse diciendo: “en mi casa soy libre de obrar como me parece”. La moral concierne a la persona humana precisamente porque ella es libre de obrar como le parece.
Quien se excusa de esa manera está diciendo, en realidad, que es psicológicamente posible evadir las exigencias de lo razonable, lo que evidentemente es verdad. 
Pero para la ética lo decisivo es que en el mismo instante en que la persona humana decide apartarse de lo razonable, esa decisión suya merece desaprobación, lo que muestra que su capacidad psicológica de “obrar como le parece”, lejos de ponerla fuera del ámbito de la moral, es precisamente lo que la incluye en él. La responsabilidad moral está inseparablemente unida a la capacidad personal de gobernar el propio comportamiento: el hombre puede y tiene que “responder” (dar razón) sólo de las acciones que ha elegido y proyectado él mismo.
El bien y el mal que interesan a la ética son aquéllos que hacen bueno o malo al hombre en cuanto hombre, en sentido absoluto y sin restricciones, y no bajo un determinado aspecto o en un cierto sentido, por ejemplo como matemático o zapatero o incluso como ladrón (en el sentido de experto, hábil, etc.). La injusticia o la hipocresía, por ejemplo, hacen malo al hombre en cuanto hombre.
Un hombre hipócrita o deshonesto podría ser sin embargo un estupendo matemático o saber fabricar óptimos zapatos. Colocándose dentro de una perspectiva global, la ética pretende lograr un esclarecimiento fundamental del problema del bien con una finalidad práctica: ayudar a distinguir entre lo que para la vida humana es en verdad bueno y lo que lo es sólo aparentemente, entre la virtud y el vicio.
Es lo que dijo Aristóteles cuando, comparando la ética con otros tratados filosóficos escritos por él mismo, como la metafísica, afirmó que la ética es un tratado:
«no teórico como los otros (pues no investigamos para saber qué es la virtud, sino para ser buenos, ya que en otro caso sería totalmente inútil), y por eso tenemos que considerar lo relativo a las acciones, y al modo de realizarlas: son ellas, en efecto, las que determinan la calidad de los hábitos» [Aristóteles, Ética a Nicómaco, II, 2: 1103 b 26-31]. 
Dado que se trata de esclarecer el bien que es objeto de la propia aspiración, la ética no se ve como una imposición extraña al propio ser y a los propios deseos de plenitud.

La ética se capta con la Razón
En tanto ciencia que es, la ética tiene un carácter eminentemente racional. Esto significa que no es producto de la emoción o del instinto. La ética tiene como base principal la razón; y es que para encontrar las causas de las cosas, para encontrar la razón de ser de algo, la facultad indicada justamente es la razón. Solamente así se puede garantizar el nivel científico de la ética y por lo tanto, el acuerdo unánime de los hombres en determinados juicios. Los hombres empiezan a encontrarse y unificarse en el plano de la razón. La ética es una ciencia porque es racional. (La emoción, o el instinto, no son instrumentos propios de la ética científica)
La ética es normativa
Da normas para la vida, encausa las decisiones libres, es rectora de la conducta humana.
Pero la palabra normativa puede ser objeto de mayores reflexiones.
La ética estudia lo que es norma, mas no estudia lo normal de hecho, sino lo normal de derecho. Estos dos conceptos son muy diferentes, uno seria el mundo del deber ser, y el otro el mundo del ser. Saber distinguir estos dos conceptos es básico para comprender el universo de la ética. Lo normal de hecho es lo que suele suceder, lo que estamos acostumbrados a ver, lo normal de derecho es lo que debería suceder.
Cuando en una conducta humana lo normal de hecho coincide con lo normal de derecho, se puede decir que se ha actuado de un modo racional, conforme a las normas propias de la ética. En conclusión es una ciencia para la vida, para normar y dirigir la conducta practica del hombre.

La ética es práctica
Que la ética sea práctica significa que, está hecha justamente para realizarse en la vida diaria; la ética a diferencia de otras ciencias, las llamadas especulativas o teóricas, es una ciencia cuya finalidad principal está en la realización de esos conocimientos. La ética es un saber para actuar, va más allá del saber por saber y solo cumple su finalidad propia cuando se personaliza, cuando la llevamos a la acción a la práctica.
Podemos decir que la ética es una reflexión metódica sobre los valores humanos, personales y colectivos, por ello, promueve una reflexión permanente sobre la conducta moral. También es el estudio del comportamiento humano desde la aplicación de principios y valores, esto es, como la conducta interpreta y aplica al respecto la tolerancia, la diversidad, la libertad, la justicia, entre otros valores.
Estos conceptos pertenecen a la cultura occidental y las disciplinas éticas son herencia ético-filosóficas de esta. Los primeros atisbos filosóficos fueron dirigidos hacia la naturaleza. En aquel momento la idea generalizada era que esta constituía un conjunto ordenado de cosas (un cosmos) a la naturaleza perteneces, como propiedades formales, la verdad, la bondad y la belleza.
La tradición socrática sostenía que los seres humanos tienen una predisposición a buscar el bien, si actúan mal es por desconocimiento, locura, o enfermedad.
Ello significa que la bondad es cordura o juicio y la enfermedad es contranatural, es la causa de la incapacidad de juicio del hombre y lo que provoca que se desvíe del bien, en consecuencia el enfermo es considerado no solo un incapacitado físico sino también moral, lo que le impide tomar (o participar en) decisiones relacionadas con su propia vida.
Durante la Edad Media la ética cristiana predominó en el mundo occidental, expandiéndose posteriormente a buena parte del mundo. Más adelante filósofos como Descartes, Hume o Kant recuperarían ideas de los maestros griegos y contribuirían de forma clave a la concepción de la ética de los siglos siguientes.
 
Ref: Ética Odontológica. Carolina Álvarez de la Cadena Sandoval. Facultad de odontología UNAM. Mexico 2006 

Moral: palabra de origen latino, que proviene del términos moris (“costumbre”). Se trata de un conjunto de creencias, costumbres, valores y normas de una persona o de un grupo social, que funciona como una guía para obrar. Es decir, la moral orienta acerca de qué acciones son correctas (buenas) y cuales son incorrectas (malas). Es decir, van a determinar la manera en que los hombres se relacionan entre sí. Esos valores y normas van a ser aceptadas como correctas o adecuadas, dependiendo del momento histórico que la sociedad viva.
Según otra definición, la moral es la suma total del conocimiento que se adquiere sobre lo más alto y noble, y que una persona respeta en su conducta. Las creencias sobre la moralidad son generalizadas y codificadas en una cierta cultura o en un grupo social determinado, por lo que la moral regula el comportamiento de sus miembros. Por otra parte, la moral suele ser identificada con los principios religiosos y éticos que una comunidad acuerda respetar.
El conjunto de normas morales es denominado como moralidad objetiva (existen como hechos sociales más allá de que el sujeto decida acatarlas). En cambio, los actos a través de los cuales la persona respeta o viola la norma moral conforman la moralidad subjetiva.
El término moral también puede utilizarse como sinónimo de ética, por lo que adquiere sentido como disciplina filosófica o como sinónimo de la teología moral (una disciplina teológica).

Diferencias ética/moral
Cuando hablamos de ética y moral solemos utilizar ambos términos como sinónimos pero en realidad estas palabras no significan exactamente lo mismo. Existe una diferencia entre ética y moral bastante importante y conviene que sepas cuál es cuando utilizas alguno de estos dos términos.
La ética es diferente de la moral, porque la moral se basa en la obediencia a las normas, las costumbres y preceptos o mandamientos culturales, jerárquicos o religiosos, mientras que la ética busca fundamentar la

Inmoral: es un adjetivo que se utiliza para nombrar a aquél o aquello que se opone a la moral. La moral, por su parte, está formada por el conjunto de los valores, las costumbres, las creencias y las normas de una persona o de una comunidad. Lo inmoral, por lo tanto, es aquello que se aleja de las buenas costumbres o de las acciones que son consideradas como correctas. Se espera que las personas respeten una especie de guía de convivencia y actuación que esté regida por la moral: cuando se apartan de sus postulados, incurren en comportamientos inmorales.

Amoral: La palabra amoral es un adjetivo que puede aplicarse a una persona o a una obra llevada a cabo por alguien. Cuando el término se refiere a un individuo, se lo presenta a éste como despojado de sentido moral. Por otra parte, cuando se aplica a una obra (generalmente de perfil artístico), se dice que su propósito no persigue un fin moral
El término se forma con el prefijo “A” que significa contra, y la palabra “moral”, de esta unión se desprende amoral que significa “no moral” y se refiere a aquellos individuos que actúan de forma diferente a lo que el grupo social del que forman parte considera que es correcto.
Se dice que una persona es inmoral cuando va en contra de las leyes que limitan los actos dentro de lo correcto y que hace determinadas cosas sabiendo que son malas. Es decir, que piensa o que actúa de forma diferente a la que el grupo social al cual pertenece considera como adecuada. Una conducta amoral no es moralmente ni deseable ni objeto de censura, ya que se la considera desde parámetros externos con relación a la moral.

Filosofía Antigua
Desde el inicio de la reflexión filosófica ha estado presente la consideración sobre la ética. 
Sócrates (470-399 a.C.)
Sócrates no dejó testimonios escritos, su doctrina es transmitida a la posterioridad por sus discípulos Jenofonte y Platón.  La ética, como ciencia o como disciplina filosófica fue iniciada por Sócrates, quien fue el primero que teorizó sobre los conceptos morales básicos: lo bueno y la virtud, Sócrates estaba rodeado de los sofistas cuya doctrina tenía como características el escepticismo, el relativismo y subjetivismo, Sócrates llamó “virtud” aquello que era común para toda la raza humana y en todas las circunstancias, por ejemplo, la justicia, la valentía o el autocontrol. De esta manera no sólo se opuso al relativismo de los sofistas, sino que extrajo de todas las virtudes aquellas que hoy llamaríamos “virtudes morales”. Por esa razón a Sócrates se le considera como el fundador de la ética.
La ética de Sócrates es racionalista. En ella  encontramos, una concepción del bien (como felicidad del almas), lo bueno (como lo útil a la felicidad), la tesis de la virtud como conocimiento, vicio como ignorancia (el que obra mal es porque ignora el bien; por tanto, nadie hace el mal voluntariamente).
En la antigua Grecia, se llamaba areté a lo que perfecciona a una cosa, haciendo que sea tal y como debe ser. Areté era aquello que hace que las cosas en general sean lo que les corresponde esencialmente ser, adquiriendo la perfección que les es propia. El término castellano que mejor recoge el significado de areté es "excelencia", pues areté es, en efecto, aquello en lo que reside la excelencia de una cosa, aquello que la hace excelente. Sin embargo, diversas circunstancias históricas han querido que areté sea regularmente traducido por el término castellano "virtud".
"Virtud" es un término con claro sentido moral, pero el antiguo areté no tuvo inicialmente ninguna connotación moral explícita. Precisamente fue Sócrates en el siglo V a.C., el primero en otorgar a areté el sentido moral del que se halla cargado el sustantivo castellano "virtud". Antes de Sócrates, el término areté se aplicaba a las herramientas de trabajo o a los instrumentos musicales, a los animales, a los distintos tipos de trabajadores, etc. Se hablaba, por ejemplo, de la areté de un caballo para referirse a su velocidad, su resistencia y su habilidad para salvar obstáculos, pues estas características son las que hacen "excelente" a un caballo.
Sócrates, por su parte, comienza a aplicar el término areté al ser humano en general, al hombre en cuanto tal. Y se refiere a la areté del ser humano como a aquello que hace a éste mejor, mejor ser humano en general, pero, además y sobre todo, mejor en un sentido moralAreté es, para Sócrates, aquello en lo que el ser humano encuentra su perfección o su "excelencia" en el sentido moral de ambos términos. Ahora bien, dado que Sócrates concibe al hombre como un ser dotado de un alma capaz de pensar y de razonar, y encuentra que esta capacidad es lo que más esencialmente define al hombre, concluye que la excelencia o areté de éste habrá de consistir en el ejercicio de dicha capacidad. Y como entiende, a su vez, que tal ejercicio se halla orientado a la adquisición de saber y conocimiento, termina por identificar la areté del hombre con el saber y el conocimiento. El mejor hombre, el hombre bueno, el que está a la altura de su perfección y de su condición humana, es el hombre sabio.
Desde una perspectiva contemporánea, consideraríamos probablemente que el saber y el conocimiento no tienen por qué hacer mejores a los seres humanos; que un hombre sabio se puede comportar de la peor manera posible. Pero esto resulta inconcebible para Sócrates. La conclusión más notable de la ética socrática es precisamente que el conocimiento del bien y de lo justo determina a la voluntad a actuar bien y justamente. Según Sócrates, nadie actúa mal voluntariamente. El que actúa mal, lo hace por ignorancia del bien, porque desconoce qué es "lo bueno": nadie obra mal a sabiendas.
Así, pues, según Sócrates el conocimiento es condición necesaria y suficiente para obrar con rectitud o virtuosamente, mientras que el mal es producto de la ignorancia. Y es esta particular vinculación de la virtud al conocimiento lo más característico de la concepción socrática de la moral y la que justifica que se haya aplicado a ésta el nombre de "intelectualismo moral".
A diferencia de los sofistas Sócrates intenta superar el relativismo y alcanzar una verdad absoluta que sirva de fundamento a la ética personal y a la organización política de la sociedad. A estos objetivos está orientada su enseñanza, que pretende orientar a la personas en la búsqueda del bien y de la justicia convencido como estaba de que la virtud puede enseñarse. Sócrates identificaba la virtud con el conocimiento, no se puede hacer lo justo sino se lo conoce, pero también es imposible dejar de hacer lo justo una vez que se lo conoce. Según este intelectualismo moral, lo único que hace falta para hacer  a las personas virtuosas es enseñarles en que consiste la virtud verdadera. Además Sócrates pensaba que toda persona tiene conocimiento pleno de la verdad última contenida dentro del alma y que solo necesita ser estimulada por reflejos consientes para darse cuenta de ella (mayéutica)
Sócrates, exhorta a sus discípulos a la virtud, porque esta es el bien supremo para el ser humano, finalmente no existe felicidad sin virtud, esta última es condición necesaria y suficiente para la felicidad.
En resumidas cuentas podríamos decir que Para Sócrates, la utilidad del conocimiento se traduce en la posibilidad de invalidar el indeferentismo moral de los sofistas. El saber es paso previo necesario para una conducta moral adecuada. El conocimiento de la verdad lleva a la acción virtuosa. El mal solo es consecuencia del desconocimiento pues la voluntad se adhiere de manera necesaria al bien una vez conocido.
Esta indefinida entre el plano del saber y el plano de la virtud es lo que se conoce con el nombre de intelectualismo moral. Nadie hace el mal a sabiendas. Por eso, al que se equivoca no hay que castigarle sino instruirle.
El intelectualismo moral Socrático es una propuesta ética.
 El hombre busca la felicidad
y esta búsqueda subyace en la intención de su actuar. Ese actuar tiene que ser virtuoso. El saber, la virtud y la felicidad se convierten en la misma cosa. Pudiendo eludir la muerte, como relata Platón en su Apología a Sócrates, prefirió acatar su sentencia de muerte, permaneció así fiel a las leyes que le condenaban, aunque se considera inocente de los cargos contra él, esgrimidos.
Platon afronta la temática ética en diversos lugares y desde contextos diferentes. Así, por ejemplo, en el Gorgias busca superar el hedonismo y la ley del más fuerte. En el Fedon evidencia la importancia de lo que exista tras la muerte para regular el propio comportamiento. E La Republica aborda juntamente la ética individual (desde la perspectiva de una justicia dentro del alma) y la ética pública, con una compleja teoría del Estado, que encuentra complementos y puntos de vista diferentes en otras dos obras, el Político y las Leyes. En la segunda mitad de la obra Fedro, uno de los temas principales es la ética.

La virtud (arete): No puede decirse que existe un concepto estable de virtud para la filosofía platónica sino conceptos que se complementan entre sí.
La Virtud y el estado Para Platón: la dialéctica y el amor son los caminos hacia las ideas;  Pero por sí mismos no bastan: es necesaria la virtud, que también es el camino hacia el Bien y la Justicia. Además, el hombre aislado no puede ser bueno ni sabio: necesita de la comunidad política (el Estado). Así, la virtud y el Estado permiten el acceso a las Ideas. Pero éstas, a su vez, son su fundamento último.
El Estado: La ciudad platónica se compone de tres clases sociales que se corresponden con las tres partes del alma, a cada clase, se le asigna una tarea y una virtud.
La organización social se encuentra estrictamente jerarquizada ya que no todos los hombres se encuentran dotados por la naturaleza ni deben ocuparse de las mismas tareas.

Virtud como sabiduría: Platón acepta la identificación  socrática entre virtud y conocimiento (intelectualismo ético o moral). La falta de virtud es debida a la ignorancia (recordar el dicho socrático: "Nadie hace mal a sabiendas") porque por naturaleza el hombre busca el bien para sí, pero si desconoce el bien puede tomar como bueno erróneamente cualquier cosa y, en consecuencia, actuar incorrectamente. Por lo tanto sólo quien conoce la idea de Bien puede actuar correctamente, tanto en lo público como en lo privado.
Los conceptos morales no son fruto de una convención o pacto entre los hombres, ya que se refieren a realidades existentes y permanentes (ideas) que son independientes de la razón y la voluntad humanas. Los valores morales existen por sí mismos y por ello es posible definirlos objetivamente y una vez conocidos, llevarlos a cabo en la vida práctica. 
Sólo quien tenga un conocimiento perfecto de lo que es justo podrá obrar con justicia. La ciencia se convierte así en una condición de la ética.
Es el concepto socrático, sólo que ahora es de orden superior: refiere al conocimiento de las Ideas de Bien, Justicia, Valor, Piedad... de este modo, Platón intenta superar el relativismo de la virtud tal como lo entendían los sofistas y realizar una unificación de todas las virtudes en la idea de Bien.

Virtud como purificación: En su diálogo Fedón, Platón dice que el hombre virtuoso es aquel que purifica su alma de las pasiones y desórdenes del cuerpo para volverse hacia el mundo de las Ideas. Se observa en este concepto la influencia pitagórica.
En diálogos posteriores como Filebo, Platón matizará esta postura anti-hedonista. El conocimiento de las ideas debe ir acompañado de salud, moderación en el disfrute de los bienes materiales y placeres. Por lo tanto Platón admitirá que la vida buena y virtuosa es una vida "mixta" en la que hay que saber aceptar también el placer con moderación. De tal modo que la idea de que Platón de un modo absoluto lo corporal o sensible está injustificada. También en el diálogo Banquete, Platón concibe el ascenso hacia la Ideas partiendo del amor a la belleza que observamos en las cosas sensibles, hasta alcanzar la contemplación de la belleza en sí (Idea de belleza).

Virtud como armonía: Esta concepción de la virtud se desarrolla en su diálogo República. Aquí la justicia es considerada como la virtud fundamental y consiste  en "el acuerdo de las tres partes del alma". La armonía surge en el alma cuando "cada parte hace lo que le es propio", lo cual significa que la parte racional del alma (a la que corresponde la virtud de la sabiduría y prudencia -sophia y phronesis-) debe guiar a la parte irascible del alma (a la que corresponde el valor de la fortaleza o valor -andreia-) y ambas partes del alma, racional e irascible, dominar a la apetitiva (que así será atemperada: templanza -sophrosyne-).
La justicia es la armonía del hombre. De modo que Platón formula por primera vez, la división de la virtud en cuatro categorías fundamentales: prudencia, fortaleza y templanza (correspondientes a las tres partes del alma) y la justicia como la armonía que resulta de las tres anteriores.

Aristóteles (384-322 a.C.)
Aristóteles identifica la "virtud" (areté) con el "hábito" (héksis) de actuar según el "justo término medio" entre dos actitudes extremas, a las cuales denomina "vicios". De este modo, decimos que el hombre es virtuoso cuando su voluntad ha adquirido el "hábito" de actuar "rectamente", de acuerdo con un "justo término medio" que evite tanto el exceso como el defecto.
Ahora bien, la actuación de acuerdo con el "justo término medio" o conforme a la "virtud" requiere de un cierto tipo de sabiduría práctica a la que Aristóteles llama "prudencia" (phrónesis). Sin ésta, nuestra actuación se verá abocada irremisiblemente al exceso o al defecto o, lo que es igual, al "vicio".
 Aristóteles define la virtud como la excelencia  (areté), interpretada ésta, siguiendo los principios de su Física y Metafísica, no como una pasión, sino como una acción. De esta forma la virtud es la acción más apropiada a la naturaleza de cada ser; el acto más conforme con su esencia. Esta acción propia de cada ser que es la virtud, es también el bien propio de cada ser. En el hombre, por tanto, la virtud es la excelencia de su parte esencial que es el alma. 
Pero habiendo dos partes en el alma, así también habrá dos tipos de virtudes. Las virtudes éticas, correspondientes a la parte irracional del alma, y las virtudes dianoéticas correspondientes a la parte racional del alma. Pero la parte irracional del alma debe seguir los dictados de la parte racional, luego las virtudes éticas responden en su excelencia al comportamiento guiado por la parte racional del alma.
Virtudes éticas;  El libro II de la Ética a Nicómaco, define la virtud ética: «la virtud es una disposición adquirida de la voluntad, consistente en un justo medio relativo a nosotros, el cual está determinado por la regulación recta y tal como lo determinaría el hombre prudente.» 
Por tanto, la virtud ética es un hábito, no un don de la naturaleza, y así mismo, se niega con ello la posibilidad defendida por los socráticos de que la virtud moral pueda ser susceptible de una elaboración científica. Con ello, Aristóteles pretende señalar el papel que las pasiones juegan en la realización de una vida virtuosa, pues muchas veces estas pasiones la obstaculizan, aun a sabiendas de que no es lo mejor. La moralidad por tanto, no pertenece únicamente al orden del logos, sino también a la pasión y a las costumbres (ethos en griego, de donde proviene la palabra ética).
La virtud es la racionalización de la parte irracional del alma, su «domesticación». Pero siendo el criterio la elaboración de una «regla recta», cabe decir que la racionalidad a la que apela Aristóteles aquí es una racionalidad prudencial.
Este conocimiento práctico, está condicionado por el criterio de la eficacia y del ensayo-error, de ahí que se organice en torno a normas determinadas por el hábito y la costumbre, y que su criterio de verdad corresponda exclusivamente con la experiencia pasada. Por ello, apela Aristóteles para representar su concepto de virtud moral precisamente a la autoridad del hombre prudente; del hombre «phrónimos». La autoridad es estrictamente ejemplar. Aristóteles está convencido de que ningún sistema moral puede reemplazar entonces al consejo del hombre prudente. 
  
La Ética Nicomaquea, de Aristóteles, se basa en la premisa de que todo ser humano busca la felicidad (ética eudemónica). Para Aristóteles todos los seres naturales tienden a cumplir la función que les es propia y están orientados a realizar completamente sus potencialidades. El bien, que es lo mismo que la perfección de un ser o la realización de las capacidades es cumplir su función propia, aquello a que solo él puede realizar. También los seres humanos están orientados a la realización plena de la función que les es propia. El problema que se suscita, entonces, es cuál es la función propia del hombre. Y si acaso hay más de un bien propio del hombre, ¿cuál es el bien más alto y más perfecto de los que puede alcanzar el ser humano?
Aristóteles releva las opiniones de sus contemporáneos al respecto y comprueba que todas parecen estar de acuerdo en que el objetivo supremo del hombre es vivir bien y ser feliz, aunque hay discrepancias respecto de en qué consiste la felicidad y el buen vivir. Para Aristóteles la vida feliz (plena) es la que permite realizar la actividad superior (contemplación), con una suficiente autonomía (bienes materiales, salud), y en compañía de un número suficiente de amigos. (cf. Ética nicomáquea I).
Sólo son morales las acciones en las que se puede elegir y decidir qué hacer. En cambio, no son morales ni inmorales las acciones padecidas, compulsivas o forzosas. Lo que es moral es la acción que depende de la voluntad, si se actúa de modo correcto. ¿Cuándo se actúa correctamente? La forma correcta de actuar depende del ámbito de acción (dianoético o intelectual, ético o moral) y en parte está pautada por las costumbres de la comunidad a la que se pertenece (si la comunidad es éticamente sana, algo que supone Aristóteles para el mundo griego quizá de modo acrítico) y se aprende con la educación. Cuando se actúa de acuerdo con estas pautas, se vive bien y se es virtuoso.
Por otra parte, los filósofos estoicos y epicúreos propusieron teorías morales basadas en principios opuestos: la virtud y la vida con moderación (estoicismo), y la búsqueda del placer (epicureísmo).

Filosofía Edad Media
Es un momento en el que la ética asume elementos de las doctrinas clásicas de la felicidad (el fin del actuar humano consiste en obtener el bien que nos hace felices) y los une a la doctrina cristiana (vista como Revelación divina), especialmente según la normativa que recogen los mandamientos. El fin último del actuar humano es la caridad, que se consigue al vivir desde el Evangelio, y que permite al hombre acceder a la visión de Dios (en el cielo), donde el ser humano alcanza su máxima plenitud y el bien supremo.
Diversos autores hablan de ética y según perspectivas diferentes. Dos grandes expositores fueron, San Agustín de

Filosofía Moderna
Los filósofos éticos modernos trabajan con la mirada puesta, sobre todo, en el mundo antiguo (estoicos, epicúreos, Platón, Aristóteles), si bien con algunos elementos heredados de la Escolástica medieval. Descartes tiene algunos elementos de ética en su famoso Discurso del método. Dentro del racionalismo, es Baruch Spinoza quien elaboró de modo más amplio y sistemático una propuesta ética. En el ámbito del empirismo, David Hume trabajó en diversos momentos para comprender los motivos profundos de las acciones humanas.
La gran revolución ética moderna se realiza a través de Immanuel Kant, que rechaza una fundamentación de la ética en otra cosa que no sea imperativo moral mismo (deontologismo formal), pues si la moral se orienta a buscar la felicidad no podría dar ninguna norma categórica ni universal. Los filósofos idealistas desarrollaron esta moral del imperativo categórico. Hacen frente así al utilitarismo*, al afirmar que el principio de utilidad no es el único criterio de corrección de las acciones.
*Corriente de la ética según la cual lo que es útil es bueno y, por lo tanto, el valor de la conducta está determinado por el carácter práctico de sus resultados.

El Racionalismo es un sistema filosófico que considera al hombre esencialmente racional en su construcción ética y moral, para los defensores de esta postura, entre ellos Kant, su máximo exponente, hablar de razón es equivalente a hablar de intención o móvil de la persona que actúa. La acción depende exclusivamente de la intención (razón) o de la conformidad de la voluntad con la ley.
Así una cosa nos esta ordenada no porque sea éticamente buena, sino que es éticamente buena porque esta ordenada.
La orden que brota del interior o de la mente (razón) hace que este acto sea bueno; por surgir de una buena intención es bueno, independientemente de su resultado práctico.
Lo que cuenta no es el hecho de experiencia, sino el principio racional, el respeto al deber que surge de la razón. El hombre es para Kant razón, interioridad, conciencia, deber que surge de las intrincadas leyes del espíritu racional.
Kant enseña que la razón dirige nuestra conducta por medio del imperativo categórico. Imperativo quiere decir mandato y categórico quiere decir que no admite condiciones ni suposiciones.
Por ejemplo: no robes, no mientas; la conciencia o razón nos dice “debes”, no hay más. En cambio el imperativo hipotético (o condicional) nos diría “si quiero ser feliz, debo hacer tal cosa”
De aquí deriva Kant sus dos fórmulas del imperativo categórico:
Actúa de tal modo que la fórmula de tu acción pueda convertirse en ley universal.
Actúa de tal manera que trates al hombre como fin y nunca como medio.
Con estas dos fórmulas, Kant considera que deducirá fácilmente la moral. Sera suficiente  preguntarse si tratamos en esa acción al hombre como fin y si estaríamos dispuesto a erigirlo en una ley universal. Por ejemplo, se planeta la pregunta, ¿puedo en ocasiones, cuando yo quiero y me parece conveniente, hacerme justicia por propia mano? Si contestamos afirmativamente, Kant respondería; ¿Te parece correcto que cada quien se haga justicia por propia mano, cuando lo quiera, en regla universal? Pero con esto se podría llegar a la consecuencia absurda de que todo el mundo lo haría de esta manera y no habría estado de derecho, lo que haría la vida casi imposible.

Concepto de imperativo categórico
Lo imperativo hace referencia a una orden, a lo que debe cumplirse, a un deber de acción u omisión; y lo categórico, significa que es incondicional, absoluto, que el cumplimiento del deber no se sujeta a intereses, ni emociones ni otros fines, pues estos serían imperativos hipotéticos (por ejemplo, ayudo a los pobres para obtener reconocimiento social) y que valen o sea que son valiosos, en cualquier tiempo y con independencia del lugar.
El concepto de imperativo categórico fue introducido por Immanuel Kant, filósofo alemán que transcurrió su humilde y virtuosa existencia entre los años 1724 y 1804, para referirse al deber moral. “No matar” por ejemplo, es un imperativo categórico, pues es válido como ley moral universal. Las leyes morales e imperativos categóricos, creados por la razón humana (no pueden provenir de los empírico, pues solo lo emanado de la razón tiene pretensión de universalidad) al igual que las leyes naturales, deben cumplirse siempre, sin que existan excepciones.
Fue en 1785 cuando Kant empleó la expresión “imperativo categórico” por vez primera en su obra “Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres”.
El obrar debe adecuarse para Kant a esta regla: actuar de modo que lo que se hace pueda convertirse en ley universal. No se debe mentir, ni robar, ni burlarse de otro, ni dañarlo, pues por supuesto, la sociedad jamás querría que estas acciones se conviertan en cotidianas.
La humanidad siempre debe ser el fin de las acciones, y no solamente un medio. Los fines virtuosos deben inspirar las acciones, que serán buenas, independientemente de que se logren, pues lo que interesa es la intención del agente.

Filosofía Contemporánea
La ética del siglo XX ha conocido aportes muy importantes por parte de numerosos autores: los vitalistas y existencialistas desarrollan el sentido de la opción y de la responsabilidad, Max Scheler elabora una fenomenología de los valores. Autores como  Alain Badiou han intentado demostrar que esta principal tendencia (en las opiniones y en las instituciones), la cuestión de «la ética» en el siglo XX, es en realidad un «verdadero nihilismo» y «una amenazante denegación de todo pensamiento».
Recientemente, y desarrollando un análisis en profundidad de los orígenes y fundamentos de la ética, han aparecido diversos estudios sobre el papel de las emociones en el desarrollo de un pensamiento ético antifundacionalista, como ha indicado Richard Rorty. En las últimas dos décadas, el filósofo escocés MacIntyre establece nuevas herramientas de análisis histórico-filosófico de distintas versiones rivales de la ética.

Epistemología:
La epistemología es una disciplina que estudia cómo se genera y se valida el conocimiento de las ciencias. Su función es analizar los preceptos que se emplean para justificar los datos científicos, considerando los factores sociales, psicológicos y hasta históricos que entran en juego. En ese sentido, podemos establecer de manera más clara aún que la epistemología de lo que se encarga es de abordar la filosofía y el conocimiento a través de la respuesta a diversas preguntas de vital importancia como las siguientes: ¿qué es el conocimiento?, ¿cómo llevamos a cabo los seres humanos el razonamiento? o ¿cómo comprobamos que lo que hemos entendido es verdad?
La epistemología, por otra parte, suele ser vinculada a la filosofía de la ciencia, aunque ésta es bastante más amplia Podríamos decir que la epistemología, en última instancia, busca conocer el conocimiento.
En los principios de la edad moderna retomamos los caminos del concepto Aristotélico (tiene como centro una ciencia universal del ser). Los sistemas de Descartes, Spinoza y Leibnitz, presentan la misma orientación que caracteriza al Estagirita, ya que todos tienden al conocimiento del mundo objetivo. Kant por el contrario revive el estilo Platónico (procura elevar la vida, con todos sus conceptos a la conciencia filosófica).
Es verdad que Kant en su primera manifestación surge como una teoría del conocimiento o como base crítica del estudio científico. Pero no se detiene en el ámbito teórico sino que avanza a formular la base crítica de todos los campos conocibles. Al lado de la Crítica de la razón pura, se encuentra la Crítica de la razón práctica, que aborda el tema de la valorización moral, y la Crítica del juicio, cuyo objetivo son las investigaciones críticas de los valores estéticos. Así pues, en Kant aparece la filosofía como una reflexión universal del pensamiento sobre sí mismo, como una reflexión del hombre estudioso sobre los valores de su conducta.

La especificidad teológica de la episteme ética.
El estudio del conocimiento (epistemología)
El estudio de la moral (ética),
Según el diccionario, la epistemología es la investigación crítica, no sobre el contenido de una ciencia concreta, sino sobre la forma o estructura lógica de la ciencia. Desde el momento, pues, en que el término va acompañado de un adjetivo, la investigación ya no se hace sobre la estructura lógica de la ciencia en general, sino sobre la estructura lógica de la ciencia concreta a la que remite el adjetivo.
Indagar sobre la estructura lógica de una ciencia concreta, en este caso la ética, significa indagar sobre la condición indispensable de su existir en cuanto ciencia, y en cuanto ciencia distinta de las otras ciencias. Condición indispensable del existir de una ciencia es la especificidad de su estatuto epistémico, que constituye al mismo tiempo el principio de identidad y el de diversidad de esa misma ciencia concreta. Para que una ciencia pueda ser incluida en la lista de las ciencias se requiere que haya dado a su propia reflexión, mediante un pensar explicativo y elaborativo, una estructura lógica total o parcialmente propia y, por lo tanto, total o parcialmente distinta de las otras ciencias.
Hablar de epistemología moral significa también plantear el gran problema de la complejidad del estatuto epistémico de esta ciencia, que es colocada de hecho y es perfectamente colocable dentro de las ciencias empíricas y axiológicas, lo mismo que entre las filosóficas y teológicas.
Además, la ética es considerada como ciencia filosófica no teórica, sino práctica, y, dentro de este contexto, hay que preguntarse qué significa para la ciencia moral ser filosofía práctica y no teórica, si es verdaderamente sólo práctica y en qué sentido hay que considerarla también filosofía teórica. 
La ética, en efecto, no se interesa sólo por los problemas referentes a la búsqueda del vivir moral, sino también por tantos problemas teóricos que no se refieren directa o inmediatamente a la vida práctica.
La ética se considera también ciencia empírica, en el sentido de que la vida moral de un pueblo, de un grupo social o de una persona concreta siempre se puede señalar y describir empíricamente mediante la observación. ¿Pero su reflexión puede identificarse con la de las otras ciencias empíricas? Y si se la considera una ciencia descriptiva, ¿no hay que atribuirle, aunque sea de forma un tanto distinta, una función valorativa, y por lo tanto práctica?
Además, la ética es vista como ciencia valorativa; pero su estatuto epistémico, ¿es exclusivamente axiológico? ¿En qué sentido y hasta qué punto la ética es también ciencia axiológica? ¿De qué modo y hasta qué punto es posible fundamentar y demostrar científicamente este estatuto suyo axiológico?
Finalmente, por la ética no se interesa sólo la filosofía, sino también la teología; y por eso hay que plantear también el problema de las características específicamente filosóficas y teológicas de su estatuto epistémico. ¿En qué sentido es ciencia puramente filosófica y en qué sentido se plantea su especificidad teológica?
La complejidad de este horizonte epistémico se acentúa todavía más al centrarse la reflexión en problemas colaterales, como, por ejemplo, el de las facultades antropo-epistémicas de la ética, de sus fuentes, del método científico y/ o del método que permite la explicitación de la estructura lógica del discurso ético.
Que la epistemología no se interese por el contenido de una ciencia no significa que no se interese en absoluto por su objeto. En algunos momentos la estructura de la ética depende precisamente de su objeto o del modo como se le considera. Si, por ejemplo, no se acepta que el objeto de su interés sea el aspecto valorativo o la posibilidad de fundamentarlo cognoscitivamente, a la ética obviamente habrá que darle una estructura epistémica no de tipo axiológico, sino descriptivo.
Siguiendo los distintos intentos históricos de objetivación del lugar en que aparece o se descubre la instancia moral, nos encontramos frente a fórmulas diversas que dejan traslucir al menos la posibilidad de la existencia de más fuentes, y por consiguiente frente al problema de establecer si la ética pueda o deba remitirse a una sola de estas fuentes o a todas juntas.
Se afirma, por ejemplo, que "la corriente platónica buscó la universalidad -y el lugar de su determinación objetiva- en el mundo de las ideas. El verdadero bien está más allá del hombre concreto e individual, del hombre corpóreo. Sólo el filósofo puede captarlo... La corriente aristotélica, de orientación exquisitamente empirista..., quiso ver en el hombre concreto, corpóreo, su misma ley. Pero mientras que para el sofista Protágoras `el hombre es medida de todas las cosas' en el sentido que cada hombre individual es medida para sí mismo y totalmente independiente de los otros, nace en Aristóteles la idea de la naturaleza humana -aquello por lo que cada hombre es hombre y con ella la idea y la formulación de la ley natural, que se manifiesta en las inclinaciones físicas y espirituales del hombre" (E. CHmvaccl en l Ley natural I, 1).
Como fuente epistémica de la ética tenemos, pues, por una parte el bien, y por otra la ley natural. El concepto de ley natural, tanto en la tradición filosófica como en la teológica, se entiende igual en el sentido más global de realidad humana en general que en el más restringido de razón humana (santo Tomás) y, por lo tanto, en el sentido de facultad epistémica
En términos bíblico-teológicos, la fuente epistémica de la ética se identifica con la voluntad de Dios. El hombre creyente descubre en la voluntad de Dios la instancia moral. Remitiéndose a esta voluntad identifica el propio deber y se realiza plenamente desde el punto de vista moral. El problema no es descubrir dónde se encuentra el bien, sino conocer la realidad ontológica del bien.
Si consideramos el bien como bien sumo, como ser perfectísimo, como valor fuente de todos los valores, entonces no podemos por menos de seguir a los teístas; como M. Scheler y D. von Hildebrand, e identificar el bien con el ser mismo de Dios.
Si consideramos la esencia del bien como el reino de los valores en que se explicita y que constituye el objeto directo del proceso cognoscitivo de la ética; entonces no podemos por menos de considerar la realidad de los valores como realidad ideal, cuya idealidad se concreta dentro de la persona humana, que, según N. Hartmann, constituye también el sujeto de la auténtica anámnesis platónica hacia el reino ideal de los valores. En este sentido se puede afirmar que la fuente epistémica de la ética es Dios, el bien, la persona humana.
Si identificamos la fuente con Dios y su voluntad, nos referimos al terminus a quo es creada la instancia originaria y fundamental del deber moral, encontrándonos así frente al postulado kantiano de la existencia de Dios.
Si identificamos la fuente con el bien, nos referimos al terminus ad guem está orientado el proceso epistémico de la ética entonces nos encontramos con la reflexión kantiana sobre la autonomía moral. Si la identificamos con la ley natural, en el sentido de realidad humana, nos encontramos con el terminus in quo la instancia moral se hace presente o se sedimenta.
Si, finalmente, identificamos la fuente con ley natural entendida en el sentido de racionalidad humana, entonces nos encontramos con el terminus quo la misma instancia es no ya creada, sino sólo conocida para ser después volitivamente realizada. La especificidad de la ética consiste en su capacidad valorativa. Tanto en su dimensión filosófica como teológica, la ética es, o debería ser, considerada una ciencia esencialmente valorativa.